jueves, 14 de julio de 2011

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Ella se dio la vuelta, y entonces los vio.


Esos ojos.

Esa mirada.


El terror la incapacitó, agarrotándole el pecho. Cayó de rodillas llorando. No podía moverse. Todo empezó a quemar, a abrasar.

En cuestión de un segundo, la ropa se deshizo en polvo bajo el poder de aquella mirada. Su piel ya se había deshilachado cuando el calor hizo que su carne se convirtiera en polvo seco. Ni siquiera tenía ojos para llorar cuando sus huesos se derritieron, ni cerebro para sufrir cuando desapareció por completo del universo, calcinada, desintegrada.


Él la miró, divertido, y sonrió: "¿Se encuentra bien, señorita?"

"¿Eh? Sí, sí."




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